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ficción

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El Cuento del Hombre que Encontró la Llave y Escapó

Por Daniel Bellot 

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Estuve mirando a través del cristal, y allí vi al niño que siempre se para bajo la luz de las estrellas. El pobre, tan pequeño que se pierde entre las miradas ajenas, pero es lo suficientemente majestuoso para que noten su presencia. Él es esa oración en un libro que se queda grabada en tu mente. Yo no, yo soy el libro entero. Él se alimenta de mí, y yo me alimento de la atención que él atrae. Soy una máscara de porcelana en un museo de arte y él es la caja de cristal que me resguarda. El tiempo parece detenerse cuando nos miramos y complementamos nuestra belleza. Los dos nos perdemos en una ópera del espacio con la música de Gustav Holst, y aunque yo puedo bajar de las estrellas, él solo regresa cuando amanece. ¿Quién es el? No es nada más que un simple rayo de luz, una hoja de un árbol, un grano de arena, pero es. Levanté el brazo y le toqué la cara y estaba fría, pero mientras más tiempo pasaba mi mano sobre su mejilla, más se calentaba. "Te llamas Daniel,” le dije y me sonrió. Tantas veces había escuchado ese nombre con tanta claridad y nobleza, que se había convertido en un epíteto. 

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Yo acepto su existencia y he aprendido a amarlo desesperadamente porque me di cuenta, de que no puedo sobrevivir sin él, ni él sin mí. Soy el sol que le da vida y que le permite crecer ambiciosamente, y una vez que toca el cielo, me da oxígeno. A veces, mira hacia arriba y me contempla con envidia; como un león hambriento de la gloria que ve en mí porque él aún no sabe que soy nadie sin él. Ya varias veces ha intentado escapar de nuestro humilde hogar, pero yo guardo la llave. Estaba yo sentado una medianoche en una pintura de Van Gogh, cuando sentí el suelo estremecer y lo vi tumbando montañas y arrancando flores, buscando una rosa para su madre. Nunca le tuve tanto miedo. Se me detuvo el corazón de pánico cuando vi la determinación con la que buscaba esa rosa en el destello de sus ojos y percibí que existía otra persona a la que él podía amar más que a mí. La amaba tanto que fue capaz de abrir la tierra como arte de magia para encontrar la rosa, cosa que no fue capaz de hacer ni para alcanzar mi grandeza, ni para abrir la puerta de nuestro hogar, ni para hacer que los demás lo miraran solo a él y ni siquiera para romper ese hilo que nos ata a los dos como un mismo ser. Liberó una fuerza divina, un espectáculo de disparos de color y luz. Me aproximé a la fisura en la tierra y vi a la rosa nacer de entre el fuego. El dio un paso atrás y me permitió el honor de arrancar la flor. Las Ilamas trataron de consumir mi mano, pero yo pude más que ellas. Alcé el brazo victoriosamente y entre mis dedos ensangrentados estaba la rosa. Luego, todo cambió. Por fin descubrimos la naturaleza de lo que nos une. Ya no éramos adversarios tratando de superarnos, ya no estábamos perdidos en el espacio. Él supo quién yo era. Yo era su carne y él era mi alma. Él siempre fue la llave, y ahora que lo sabía, pudo abrir la puerta.

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Dicen que una parte de ti siempre se queda donde tú creciste. También dicen que esa misma parte se queda en la memoria. Yo me quedaré aquí siempre protegiendo esas memorias del olvido para que Daniel pueda cultivar otra rosa por la que algún día, otra persona derrumbará los cielos, las montañas y los árboles para alcanzar. 

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